miércoles, 30 de diciembre de 2009

Say good bye


Aliándome con el mar, descubrí que es único para guardar secretos.
Mi enredadera de plata, continuó haciendo amistad con el lápiz (con letras, con líneas, con sombras...)

Barcelona me acogió, enseñándome algunos de sus rincones.
Me perdí. Y febrero me dejo soñar un ratito más.
Volví a perderme... (olvidándome el corazón en sábanas ajenas.)

Como la caída de las hojas en otoño lloraban dos avellanas...
Anduve por vías de trenes queriendo llegar a un equilibrio, pero ni el tequila de noches inolvidables ni el sabor agridulce del 2 de mayo me lo permitieron.
Mi suerte fue tener cobijo en brazos cercanos, nuevos y antiguos.

Le grité a la Luna, exprimí las nanas e intenté deshacer el puzle porque seguía faltando esa pieza.
Temblé... y tirité (como las estrellas en el cielo de Txus di Fellatio), estancándome al ver que no conseguiría ganar a la razón, mintiéndome, una y otra vez.

Me aferré a las pequeñas cosas; a ellos, lo más importante de mi vida: mi todo. Disfrutando entre humo y botellas, buscando un pelícano tuerto...
Mientras, sigo construyendo cunas en mi regazo, meciendo a tres ángeles que durante unas horas me recuerdan todo lo que queda por vivir.

Cayeron mis alas cuando el calendario marcó su octavo casillero; encadenada bajo un techo de estrellas, con una farola intermitente para los 1o cigarrillos que me correspondían del típico paquete compartido.
Bebí. Bebí, bebí y bebí, notando en cada trago su ausencia, bailando también en el humo de un chocolate no muy dulce.

Con el frío penetrando en mis tendones, jugué con la indiferencia, creyendo que sería fácil ser invierno. Aunque más fácil fue descubrir quien conocía cada una de las letras de mi nombre.

Madrid me acogió, evadiéndome, aparcando durante semanas los carnavales.

Septiembre y su final desistió, trayendo el perdón a cuestas (siendo una carga pesada, pero sobre todo, necesaria).
La apatía se pegó a mi piel, junto con la rabia, la ira y quizás... con el odio. La impotencia seguía susurrándome trampas, la inseguridad despertaba conmigo cada mañana de Octubre.

En Noviembre comprendí que sin perdonarme a mi misma aquellos errores con los que desvié la felicidad al camino contrario, no conseguiría subir ningún escalón.
Es cierto; quise subir tres peldaños de golpe, sin darme cuenta que la teoría sin la práctica no sirve de nada.

Ahora que la tranquilidad me arropa, que no me empujan las prisas, puedo despedirme del 2oo9, con la misma inseguridad de siempre, algo más de orgullo y destapando secretos y latidos que estos 365 días, (dando gracias por ello), he vivido.